I. NERÓN


Nero Claudius Caesar Augustus Germanicus (37 – 68)

Nerón fue el primer perseguidor de los cristianos entre los emperadores romanos.
Este hecho es relatado tanto por parte cristiana como pa­gana, Lactancio que fue preceptor de los hijos del emperador Constantino a principios del siglo IV nos habla de ello, pero también tenemos informadores contemporáneos a Nerón como lo son Tácito o Clemente de Roma.
Clemente de Roma coloca como primeras víctimas de esta persecución a San Pedro y a San Pablo pero también habla de muchos otros cristianos martirizados bajo este tirano.

El historiador Tácito cuenta como la persecución fue ocasionada por el terrible incendio de Roma del 18 de julio del año 64, que destruyó tres de las catorce partes en que se dividía la ciudad dañando parcialmente otras siete. En un principio la sospecha de la causa del incendio se dirigía contra el mismo emperador y Nerón, para acabar con los rumores, hizo culpables a los cristianos. Tácito llama a esta comunidad cristianos derivando el nombre de aquel reo llamado Cristo que fue condenado a muerte en Judea por Poncio Pilato. También pone como causa de esa persecución no solamente la falsa imputación del incendio de Roma, sino el odio del género humano. Para Tácito, la persecución de Nerón no tuvo fundamento legal alguno, sino que nació de un capricho del tirano, que quiso eliminar la sospecha del incendio que pesaba sobre el.
Tertuliano por su parte contradice a Tácito al decir que todas las disposiciones legales de Nerón habían sido abolidas excepto la proscripción del nombre cristiano. 

 

Aunque se apoyan en Tertuliano varios investigadores que admiten ese edicto general de persecución, nos inclinaremos por Tácito, en primer lugar porque es más contemporaneo que Tertuliano que escribe cien años después de que ocurrieran los hechos y en segundo lugar porque semejante edicto hubiese repercutido en todo el imperio y por supuesto también en oriente, y todas las fuentes entre ellas las de oriente, callan sobre este particular. Además, a comienzos de los años sesenta, no parece ser que tuviera el cristianismo tanta impor­tancia para los gobernantes romanos como para verse obligados a proceder contra ese movimiento religioso con medidas legales, y aún así los gobernadores hubiesen tenido que aplicar el decreto imperial. Su cumplimiento debiera haber conducido al exterminio total del cristianismo, que entonces todavía se encontraba en sus comienzos, y no se da ninguna prueba para concluir que la persecución de Nerón se extendiese más allá de los confines de Roma, pues las actas de los mártires que dicen que cierto número de grupos de personas sufriera el martirio en algunas ciudades de Italia y Francia bajo el imperio de Nerón son de un valor histórico bastante dudoso. 

Pero lo que más contradice la existencia de ese edicto imperial es el hecho de que, ningún emperador posterior apela a pareja disposición legal al tomar una posición en el problema cristiano. Seguramente la persecución se limitó a la ciudad de Roma y el emperador debió utilizar las cohortes pretorianas para ejecutar su orden.
Sucediese lo que sucediese, algo quedó flotando en la opinión pública y en esto estamos totalmente de acuerdo con Tertuliano,  desde este momento, el ser cristiano estaba proscrito públicamente; lo que Nerón había comenzado, la condena moral del cristianismo, subsistió por mucho tiempo y eso es indudable.
De este periodo destacan como mártires, San Pedro, crucificado cabeza abajo junto al circo de Nerón. San Pablo, decapitado en la vía Ostiense, Proceso, Martiniano y la matrona romana Pomponia Graecina.
 
La decapitación de San Pablo (Algardi)

 
A la muerte de Nerón el año 68, la Iglesia gozó de paz y tranquilidad. La Dinastía Flaviana, representada por Vespasiano y Tito, la trató con la mayor tolerancia. Su muerte supuso el fin de la dinastía Claudia, y un periodo de guerras civiles azotaron a Roma sucediéndose en un año hasta tres emperadores.
Con la subida al trono de Vespasiano los cristianos tuvieron unos años de descanso durante el reinado de Vespasiano y Tito.


 

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