V. SEPTIMIO SEVERO





Cuando subió al poder Septimio Severo [Lucius Severus Pertinax Augustus (146-211)] la situación de los cristianos cambió radicalmente, pues antes de éste Emperador los cristianos habían sido perseguidos como personas particulares y no como una organización religiosa.

Estas persecuciones tuvieron este carácter porque como ya hemos visto anteriormente el poder estatal romano se apoyó en las prescripciones del rescripto de Trajano, dirigido a Plinio el Joven, que en definitiva había promulgado para personas individuales, no para organizaciones.

Se puede afirmar que antes de Septimio Severo no había una ley que regulase jurídicamente la actitud del Estado romano frente a los cristianos, las persecuciones eran motivadas por la actitud hostil de la población pagana, que creó un ambiente y un modo de ver, según el cual, ser cristiano era incompatible con el estilo de vida en el imperio romano y de ahí nació una especie de aforismo de derecho que permitía a las autoridades romanas castigar la adhesión o pertenencia al cristianismo.

Pero como ya hemos dicho la persecución cristiana entró en una segunda etapa cuando las autoridades romanas se dieron cuenta de que las cada vez más numerosas comunidades cristianas formaban una unidad poderosa mediante una organización eclesiástica universal.

La presentación de la Iglesia católica como una organización jurídica supranacional, que apareció visible desde finales del siglo II ante todo el mundo, constituyó el fondo sobre el que surgió un decreto del emperador Septimio Severo en el año 202, debido al cual la persecución de la Iglesia se extendió y aumentó, con ese decreto Septimio Severo prohibió por medio de un edicto las conversiones al judaísmo y también al cristianismo, bajo pena grave. Septimio Severo era un gobernante que pretendía obrar con justicia. Sus consejeros eran los famosos jurisconsultos Papiniano, Paulo y Ulpiano. Este último recopiló la legislación hasta entonces dictada sobre la cuestión cristiana en un escrito: Sobre los deberes del procónsul, pero por desgracia se perdieron.

Las leyes dictadas sobre este asunto eran, naturalmente, más que las pocas que se conocen. Así, por ejemplo, en las actas de San Apolonio se habla de un senadoconsulto sobre los cristianos, del que no queda ninguna otra noticia. Todas estas disposiciones tenían un punto flaco, que era definir como hecho delictivo la simple circunstancia de ser cristiano. Esto no podía pasar por alto a un jurista tan agudo como Ulpiano.

El edicto del año 202 seguía siendo tan inicuo como los anteriores, pero al menos ponía las cosas en claro; la recepción del bautismo era definida como un acto delictivo.

Es muy probable que la puesta en práctica de la nueva prohibición fuese la que ocasionó la desorganización de la escuela catequística de Alejandría. Su jefe, Clemente, fue obligado a alejarse de ella; el discípulo de Clemente, Orígenes, cuyo padre, Leónidas, acababa de padecer el martirio, fue perseguido al intentar valerosamente restaurarla, y aunque el escapó a la muerte, varios nuevos convertidos, que habían sido instruidos por él, fueron ejecutados. Hubo muchos otros mártires. La virgen Potamiena, fue quemada con su madre en una caldera de betún ardiendo, y el oficial Basilides, decapitado en Alejandría, figuran entre los mas célebres. 

La persecución llegó a la provincia de África, donde hizo víctimas ilustres, como Perpetua y Felicidad. Eran dos mujeres jóvenes de Thuburbo Minus; matrona la una, y la otra, una de sus esclavas, que perecieron en Cartago con otros cuatro cristianos, dos jóvenes, Saturnino y Secundino, el esclavo Revocatus y el catequista de ellos, Saturo, el 7 de marzo del 203, bajo el gobierno interino del procurador Hilariano, que sustituía al procónsul. La propia Perpetua escribió el relato de sus últimos días. Luego, cuando le llego la hora de morir, un testigo, que parece no ser otro que Tertuliano, concluyó la emotiva narración, a la que añadió un prólogo y reunió las diversas partes enmarcándolas en una exhortación moral y religiosa. No es sorprendente que en esas condiciones la pasión de Perpetua emitiese un cierto aroma a montanismo.

Muchas otras pasiones populares se desencadenaban entonces contra los cristianos. Algunos motines llegaron a violar sus cementerios, que querían destruir.

La fecha y las circunstancias del martirio de San Andeol, inmolado por la fe cerca de Viviers en presencia del propio Septimio Severo, también parecerían más ciertas si estuvieran garantizadas por un documento más autorizado que los martirologios de Adón y de Usuardo. Es igualmente posible que diversos mártires honrados en ciudades de la región lionesa, Chalon, Tournus, Autun, tales como los santos Alejandro, Epipodio, Marcelo, Valentín y Sinforiano, hayan sido victimas de la persecución de Severo, pero no es posible ninguna afirmación al respecto.

Por último hay que señalar, que el obispo de Roma, Víctor I, sufrió el martirio en el año 201, aunque la existencia de su martirio algunos la ponen en duda.

 
 
 







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