III. TRAJANO


 

Trajano, Marcus Ulpius Nerva Traianus (53 - 117) era español de origen y aparte de ser un excelente militar destacó como hombre de estado.

Todo lo mucho que sabemos de su posición contra los cristianos nos ha llegado gracias a un rescripto que envió a Plinio Segundo “el joven”, quién ejercía entre el año 111 y el 112 como uno de sus legados en la provincia oriental de Bithinia.

Este rescripto es una de las principales fuentes documentales del cristianismo primitivo y ha llegado a nuestros días porque Plinio lo guardó junto con su correspondencia.

Cuando Plinio llega a Bithinia se encuentra con que tiene que procesar a cristianos, y aunque conoce bien el derecho romano no sabe como actuar con estos, así que decide escribir al emperador para que le diga como hacerlo.

Lo primero que se conoce por este documento es la extraordinaria difusión del cristianismo ya en el primer decenio del siglo II. No solo en las ciudades, sino también en las comarcas y aldeas existían numerosos partidarios de toda edad, condición y de ambos sexos, cuando Plinio tomó posesión de su cargo. Por mandato del emperador prohibió las llamadas heterias, es decir, reuniones que no eran reconocidas por el Estado, lo que trajo como consecuencia que muchos no tuviesen participación en las asambleas de los cristianos. Pero siguieron otras prohibiciones, pues Plinio se vio obligado a ocuparse más directamente de ellos porque llegaron a él denuncias judiciales.
Hasta ahora jamás había tomado parte en procesos de cristianos y, por tanto, no sabía, ni que se pretendía indagar acerca de los acusados cristianos, ni que debía ser castigado entre ellos. Pero como tenía que actuar, siguió por de pronto el método que el mismo describe exactamente:
[…Yo les preguntaba si eran cristianos. Si ellos lo reconocían, les volvía a preguntar hasta tres veces lo mismo; seguidamente les amenazaba con la muerte, y si ellos persistían, permitía que fuesen ejecutados. Pues ya no dudaba de que, fuera lo que fuera lo que ellos profesaban, en todo caso su terquedad y obstinación inflexibles eran dignas de ser castigadas. Existían, sin embargo, algunos entre ellos de tal incomprensible actitud, a los cuales, por ser ciudadanos romanos, solamente les hacia anotar para que fuesen conducidos a Roma.]

De pronto se multiplicaron los casos en que, a consecuencia de las acciones judiciales, se propagaron habitualmente los crímenes, no fundándose en la base tomada por Plinio, sino porque el éxito de las acusaciones inducía a la gente que buscaba vengarse a hacer falsas denuncias. Esto demuestra el caso mencionado por Plinio de un acta de acusación anónima que contiene numerosos nombres.

Plinio dice que cuando llama al interrogatorio a estas personas no niegan ser o haber sido cristianos, y como invocan a los dioses y veneran la estatua del emperador que había sido colocada entre la de los dioses con esta finalidad y ofrecen sacrificios de incienso y de vino, juzga como necesario el ponerlos en libertad, pues estas acciones no podían ser realizadas por verdaderos cristianos.

Otros que se encontraron en listas anónimas se confesaban al principio cristianos, pero en seguida negaban serlo; decían que ellos ciertamente lo habían sido anteriormente, pero que habían apostatado, unos desde hacia algunos años, otros, desde hacia veinte. También estos veneraban todas las estatuas del emperador y las de los dioses o blasfemaban de Cristo. Pero todo lo que acerca de su vida anterior cristiana decían no era apropiado para ilustrar a Plinio acerca de los crímenes de los cristianos.

Plinio consideró necesario, por tanto, interrogar a dos diaconisas que le informasen sobre el verdadero contenido del asunto mientras eran terrible-mente atormentadas. Pero como de ellas solo arrancaba cosas que consideró como enormes y corrientes supersticiones, interrumpió el proceso judicial y se dirigió al emperador para instruirse y llevar las cosas por el recto camino.

Una cosa resalta con toda claridad en la carta de Plinio, el legado de la provincia de Bitinia no sabe una palabra de una ley u ordenación oficial, que pueda valer como norma para proceder contra los adeptos de la fe cristiana. No pregunta para nada como debe de interpretarse o completarse esta o la otra fórmula de una ley contra los cristianos. Su dilema fue inequívocamente éste;
[…¿Basta para justificar la persecución el mero nombre de cristiano, o han de demostrarse otros crímenes?.]

Nos podemos dar cuenta en éste punto que la difamación y posterior persecución de Nerón se fue afianzando cada vez más y se hizo tan general, que cincuenta años después las autoridades romanas aceptaban como máxima que ser cristiano era ilícito.

La respuesta del emperador Trajano confirmó también que hasta entonces no había determinación alguna general que regulara jurídicamente el proceder contra los cristianos. A Plinio le hizo algunas indicaciones para resolver sus dificultades;
[…En la indagación judicial contra aquellos que se lo proponen como cristianos, tú, mi Segundo, has cumplido un proceder recto, pues no puede ser tomada una actitud general que diese una norma fija. No se debe ir en busca de los cristianos. Si son denunciados y convictos, hay que castigarlos con esta restricción de que el que niegue ser cristiano y lo demuestre con hechos, es decir, venerando nuestros dioses, a pesar de ser sospechoso en lo que se refiere a su pasado, debe ser perdonado debido a su arrepentimiento. La presentación de escritos de denuncia anónimos no debe ser tenida en cuenta en ningún proceso, pues ello sería dar un mal ejemplo; esto no se permite en nuestra época.]

El rescripto de Trajano no trató para nada de fundamentar o justificar tal línea de conducta, que, evidentemente, fue para el emperador la cosa más natural y expresión corriente de la opinión pública acerca de los cristianos. Que tal máxima contradice a los principios reconocidos del derecho pe¬nal romano, lo demuestran las inconsecuencias que contiene el res¬cripto imperial. El ser cristiano es delito y, sin embargo, la policía no debe buscar a los cristianos. El que se ha hecho reo de este crimen, puede no obstante escapar al castigo con solo que reniegue de esa confesión. Continuaba siendo un punto delicado el que, aun después del rescripto, se dejaba margen considerable al arbitrio de los gobernadores de provincias, de suerte que, según el grado de independencia de aquellos respecto a la presión de la población pagana, podía en provincias particulares arder la persecución y tomar formas agudas, o reinar completa paz.

Quizá los cristianos vieron un factor positivo en la orden del emperador de desestimar las denuncias anónimas. Ello los ponía a salvo de infinitas molestias y, con alguna prudencia de su parte, podían esperar una existencia relativamente segura. Las fuentes dan escasas noticias acerca del efecto del rescripto de Trajano. No se conocen los nombres de los cristianos que perdieron su vida en la provincia de Bitinia, ni se sabe tampoco la suerte de los que fueron separados para ser juzgados en Roma.

Los cristianos más insignes que padecieron el martirio bajo Trajano fueron, San Clemente Romano Papa, aunque lo único que se sabe con certeza es que sufrió el martirio, San Simeón, obispo de Jerusalén, uno del grupo de los hermanos del Señor y San Ignacio de Antioquia, cuyo martirio está avalado por testimonios particularmente interesantes, como sus propias cartas. Ahora bien, las actas de su martirio que en un principio parecían auténticas, recientemente se han descubierto que pertenecen al siglo IV ó V, por lo que merecen poca fe.











1 comentario:

  1. guramente, entre otras razones, estos lejanos lazos familiares. Salonio Matidio murió antes de la llegada al trono de Trajano, por lo que Ulpia Marciana vivió siempre junto a la esposa del emperador, Pompeya Plotina. Cuando murió, en el año 112, el emperador la deificó y su tí edicionesamargord.net/celebremos-el-dia-de-la-bandera/

    ResponderEliminar